“Cringe es el shock eléctrico, el castigo emocional por ser socialmente incómodo que, al herir el ego, refuerza los límites de las conductas socialmente aceptadas”, expresó la youtuber y filosofa Natalie Wynn en su canal “Contrapoints”. En los rincones de la web, la humillación pública se vuelve norma y las burlas hacia los demás se convierten en una fuente de autovalidación.

“Hide your pain harold” es el apodo de András Arató, un hombre húngaro que se hizo viral por la incomodidad expresada en sus fotos.
No es casualidad que, en muchas sociedades, la humillación pública haya representado uno de los principales castigos para criminales. Debido a nuestra profunda necesidad humana de sentirnos aceptados por los demás, la vergüenza constituye una herramienta poderosa para el control social.
Al reconocernos en personas cuyas actitudes son catalogadas como cringe, con tal de evitar ser juzgados del mismo modo y salirnos de la norma, somos capaces de transformar opiniones, comportamientos, creencias e incluso nuestro autoconcepto.
Por otro lado, en un foro reciente de Reddit, miles de usuarios responden a la pregunta “¿qué te hace sentir cringe”. Algunas de las respuestas más likeadas fueron “decir algo en grupo y que nadie responda”, “grabaciones de mi propia voz” y “mis expresiones faciales en videos”. Asimismo, las preferencias, inclinaciones políticas, gustos musicales e incluso posteos de internet son blancos de esta etiqueta.
La sensación de vergüenza que los ejemplos citados generan es explicada por autora del libro “Cringewhorthy”, Melisa Dahl, quien afirma que esta emoción nace al autopercibirnos desde la mirada de alguien más y “reconocer el decepcionante hecho de que no estamos a la altura de nuestro autoconcepto”.
De este modo, las actitudes que llevan la etiqueta “cringe” parecen infinitas y, con frecuencia, este rotulo posee raíces profundamente arbitrarias. Así, algo tan insignificante y común como tropezarnos en público logra mortificarnos con flashbacks nocturnos, cuando no podemos dormir y nuestro cerebro reproduce un filme con el vergonzoso pasado como protagonista.
Sin embargo, en muchos casos el martirio que este tipo de situaciones vergonzosas nos genera es puramente individual. Aunque las partes más autocriticas de la mente intenten convencernos de lo contrario y nos invada una avalancha de arrepentimiento al rememorar ciertos momentos de nuestras vidas, los más probable es que nadie recuerde las selfies publicadas en Orkut durante nuestra melancólica etapa emo.
Lo cierto es que somos personajes secundarios en las vidas ajenas y los demás también se encuentran muy ocupados recordando viejas vergüenzas que, posiblemente, se parecen mucho a las nuestras. Debido a estas similitudes, a menudo se crea una especie de “empatía vergonzosa” y el humor desplaza a la humillación; mediante la cultura online del cringe, compartimos la vergüenza del otro y el alivio de no ser los únicos imperfectos viene a consolarnos.
No obstante, muchas veces la tenue línea entre compartir nuestras vergonzosas desgracias y humillar socialmente a los demás, se desdibuja entre comentarios de “trolls” y burlas sistemáticas a individuos que no siempre están al tanto de su incompatibilidad con la norma. El humor también dice presente en el lado oscuro del cringe, con la diferencia de que la “empatía vergonzosa” se hace a un lado y no nos reímos con el otro, sino que nos reímos del otro.
En su libro “The Joy of Pain: Schadenfreude and the Dark Side of Human Nature”, el autor Richard H. Smith refiere que ganamos algo cuando otros pierden, puesto que constantemente estamos midiendo nuestro valor al compararnos con los demás. Esto podría explicar la actitud de los trolls que utilizan el cringe como escudo para violentar a los demás.
Smith explica que, cuando vemos las imperfecciones de los demás, reafirmamos nuestro valor, nace un sentimiento de superioridad y nuestra autoestima aumenta, en especial si muchas inseguridades aquejan al testigo de la situación vergonzosa. Los trolls, con frecuencia, encuentran alivio en que otras personas se encuentren “peor” que ellos, proyectando sus propias “imperfecciones” en un chivo expiatorio.
Expresada en empáticas risas colectivas o burlas crueles hacia personas que no encajan con la norma, el cringe funciona como una herramienta de autovalidación. No obstante, la necesidad de sentirnos valiosos no justifica el abuso y los maltratos.
Todos y todas poseemos una percepción individual del mundo que se encuentra influenciada por nuestras experiencias pasadas. Por este motivo, solo avergonzamos a los demás por razones que, en el pasado, también hicieron que los demás nos humillen.
La próxima vez que intentemos humillar a alguien por expresar sus intereses, opiniones o gustos de manera autentica y sin dañar a nadie, preguntémonos qué inseguridades estamos proyectando. Del mismo modo, evitemos autojuzgarnos; la vida es muy corta para dejar que la vergüenza delimite nuestro rumbo.
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