Con el fallecimiento de Maradona, como ocurre periódicamente cada vez que una avalancha furiosa de cancelaciones inunda las redes, renació de las cenizas el debate en torno a la cultura del escrache. En su mayoría, la realidad virtual se polarizó: un sector lamentó la muerte del “D10S” del fútbol y un grupo criticó las muestras de aprecio hacia una figura que protagonizó una lista de conductas reprochables.
La vida ama las paradojas: la muerte de esta figura legendaria del fútbol latinoamericano, también conocida por negar hijos y golpear a su pareja, se dio el 25 de noviembre, el Día Internacional de la lucha contra la violencia hacia la mujer.
Por otra parte, hoy la vida virtual parece casi indivisible de la cotidianeidad; hace rato perdió fuerza la división aparente entre lo “real” y lo acontecido en el mundo de las redes sociales. En este contexto nace la cultura de la cancelación, que consiste en “quitar apoyo” a figuras públicas después de que hayan hecho o dicho algo considerado como objetable.
Entre escraches y cancelaciones, las redes sociales se volvieron herramientas de autodefensa ante la violencia machista. No obstante, sería constructivo plantearnos: ¿el rechazo social que resulta de las cancelaciones realmente garantiza que se generen cambios de actitud?
Una cantidad innumerable de figuras públicas ya han sido blanco de cancelaciones. Curiosamente, en muchos casos el rechazo social solo dura unos meses, el tiempo trascurre y la memoria colectiva, que guardaba los motivos de escrache, se desvanece con su paso.
Asimismo, en varias ocasiones las figuras “funadas” quedan en el olvido hasta que reinciden en actitudes consideradas condenables, reavivando el fuego de la indignación virtual. En el mejor de los casos, las celebridades escrachadas piden disculpas y bajan la cabeza por un rato pero, entre cuatro paredes, ¿existen mejorías?
El conflicto se complica aún más cuando castigar por castigar, sin oportunidad alguna de dialogo y enmienda, se vuelve el objetivo central y las personas que no cancelan a ciertas figuras, por extensión, también reciben reprimenda social.
Vale la pena plantear: ¿es posible cancelar a toda figura que ha tenido actitudes machistas en algún momento de su vida? Del mismo modo, deberíamos preguntarnos cuáles son los criterios para condenar al ostracismo a unos y no a otros.
La situación es comparable a un ejemplo conocido para las personas con padres sobreprotectores: al recibir castigo ante una acción cuestionable para quienes nos crían, modificamos nuestra actitud hasta que la pena concluya, pero a escondidas, cuando nadie nos vigila, reincidimos en lo que sea que nos prohibieron. Todas las partes pierden.
Si bien las “funas” tienen motivaciones totalmente comprensibles y muchas victimas no poseen otras alternativas de defensa distintas a la condena social, la cultura de la cancelación también puede dar pie a la individualización de conflictos estructurales, además de constituir un arma que no apunta a soluciones de raíz.
Ni Dios ni villano, muy lejos de la divinidad y condenado a la contradicción, Maradona fue un ser humano con luces y sombras, un hombre nacido en un contexto capitalista, patriarcal y colonial. Decir esto no implica justificar las actitudes machistas que el jugador protagonizó, sino reconocer que el enemigo no es un individuo, sino el status quo que violenta mujeres todos los días.
“Yo no quiero los vicios de mi antagonista, no quiero los vicios del poder. Mi feminismo es el de un horizonte abierto, porque estamos construyendo otra historia (…) Estamos aprendiendo a negociar el cara a cara. Lo que queremos no es punir, sino corregir la sociedad, porque estamos llegando a una catástrofe”, mencionó la antropóloga y vocera del feminismo antipunitivista, Rita Laura Segato, al ser cuestionada acerca de la cultura de la cancelación.
Para resolver este conflicto que posee matices a explorar, hay que bajarnos de nuestro pedestal moral, reconocernos como seres predispuestos al error e interpelarnos unos a otros. En el pozo alquitranado de la violencia machista estamos hundidos todas y todos juntos; para salvarnos, no queda de otra que darnos la mano mutuamente.
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Excelente 👌👌💪