Una bofetada de conciencia vestida de colores vibrantes irrumpió entre contenidos de fácil digestión y un algoritmo diseñado para abstraernos del casi siempre intolerable presente. La muerte, espiritualidad, ilusiones del ego, meditación y el dolor son algunos de los temas retratados en Midnight Gospel, una serie animada de tintes psicodélicos que demanda atención plena.
En medio de una crisis de escala global sin precedentes, ¿hay alguna actividad más placentera que consumir contenido diseñado con el fin de plantear problemas existenciales? En definitiva, la respuesta es sí. Personalmente hubiese preferido franquear el encierro pandémico, viajar al caribe e ignorar el declive de la ilusoria y fragilísima “normalidad” con una cerveza en una mano y varias porciones de pizza en el estómago.
No obstante, el encierro y las circunstancias materiales impidieron que se concrete este profundo anhelo de descansar sobre la arena tibia de alguna playa centroamericana. Por eso, merodeando en la plataforma de Netflix con la intención silenciar conflictos internos, “despejar” la mente y abstraerme de la situación crítica, reproduje una serie animada sin demasiadas expectativas.
Así, me tope con un humanoide color rosa llamado Clancy, que viaja a planetas desconocidos a través de una biocomputadora y cambia constantemente su forma corporal, con el objetivo de realizar entrevistas para su podcast espacial y emprender su camino espiritual. “Confusión” es la palabra que describe con exactitud mi impresión al momento de conocer al personaje principal de la serie, el vibrante escenario que lo rodea y la complejidad de sus diálogos con los invitados.
Mientras que, sin una pizca de pretenciosidad, el protagonista conversa con sus entrevistados acerca de la muerte, espiritualidad, meditación y conflictos existenciales, al fondo se desarrollan historias paralelas con personajes secundarios muy peculiares. De esta forma, Clancy lucha contra una horda de zombies y, a la par, conversa con el presidente de un planeta apocalíptico, quien defiende la idea de que “no existen drogas malas”.
En cada episodio, Clancy descubre sabidurías reveladoras, mientras el espectador se nutre de sus progresos y cambios de perspectivas. La serie llega a su apogeo en el último capitulo, allí todo cobra sentido. El protagonista sostiene una conversación intima y profundamente conmovedora con su difunta madre, en compañía de animaciones con una estética excepcional.
Aunque de buenas a primeras sea difícil relacionar las historias paralelas narradas en cada capítulo de la serie, cada fragmento visual está estrechamente vinculado con lo expresado por los personajes. Es innegable que esta aparente disonancia entre imágenes psicodélicas y diálogos complejos demanda la atención plena del espectador, por eso es recomendable ver cada fragmento de la serie con la mente abierta y en un contexto tranquilo. Es seguro, este esfuerzo vale la pena.
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